
Viriato

Restos Romanos en Hispania

u hijo Ícaro. Cuando el laberinto estuvo terminado encerraron a padre e hijo en una torre. Ambos intentaron escapar pero era complicado porque vivían en una isla y el rey Minos lo tenía todo controlado. Había un elemento que no era controlado y era precisamente el aire. Dédalo pensó en una forma escapar por lo que fabricando unas alas de plumas las cuales se asemejaron a las de un pájaro, logró que su hijo, Ícaro se pusiese advirtiendole antes de no volar muy alto ya que el sol podría destruirlas. Ícaro empezó a volar más y más alto por lo que pronto empezó a tener problemas ya que estaba cercano al sol por lo que la cera de las alas se derritieron y cayó al mar.
jército propio. Tras derrotar a Marco Antonio en la batalla de Módena, exigió del Senado el nombramiento de cónsul; rechazado por su juventud, marchó sobre Roma y tomó el poder sin combatir, ya que las legiones enviadas contra él prefirieron apoyarle. Desde el año 43 a. C., pues, Octavio Augusto fue cónsul y se hizo otorgar poderes extraordinarios. Enfrentado a las resistencia de los republicanos Bruto y Casio, fuertes en Oriente, Octavio decidió aliarse con sus antiguos enemigos Marco Antonio y Lépido y formar con ellos un triunvirato. Comenzó entonces la persecución de los republicanos, en la cual murió Cicerón, que culminó en la batalla de Filippi en Macedonia. Octavio dominaba en Occidente; Marco Antonio en un Oriente restringido, que alcanzaba sólo hasta el río Drin en Albania; Lépido en África; e Italia se consideraba neutralizada bajo el dominio conjunto de los triunviros. El matrimonio entre la hermana de Octavio y Antonio selló la paz, que se mantuvo durante cuatro años. En el año 36 Octavio tuvo que enfrentarse a Sexto Pompeyo, a quien derrotó en la batalla de Nauloque (Sicilia). Octavio declaró la guerra a Cleopatra en el 32 («Guerra Ptolemaica»). Tras la victoria naval de Actium, entró en Alejandría, donde Marco Antonio y Cleopatra se suicidaron. Octavio transformó el régimen político de la República romana en una especie de monarquía que recibe los nombres de Principado o Imperio. Reformó las instituciones romanas, adaptándolas a la necesidad de gestionar un Imperio extenso: creó el Consejo del Príncipe, dividió las provincias en senatoriales e imperiales, reorganizó la fiscalidad, protegió el culto, favoreció al orden ecuestre frente a la aristocracia senatorial, aseguró los límites del Imperio frente a los partos y a los germanos y continuó la expansión en la zona del Danubio y el mar Negro. No tuvo sucesor y adoptó a su yerno Tiberio, al cual asoció en el poder desde el 13 d. C., y que le sucedería sin dificultad después de su muerte.

El mundo de los mitos griegos es mágico y representa la forma que tenía el hombre antiguo de entender la realidad y liberarse de sus temores.
Helios, conduciendo a través del cielo su carro de oro, representaba la salida del Sol, una joven diosa que regresaba a la Tierra, era la primavera y la forma en que descargaba su ira el dios de los cielos eran los rayos y los relámpagos.
Un día uno de los hijos del Sol, Faetón, visitó a su padre Helios, el Sol, que estaba en el palacio sentado en su trono rodeado por sus colaboradores: el día, el mes, el año, la centuria, las horas, la primavera, el verano, el otoño y el invierno. El padre Sol, que brillaba en todo su esplendor, quiso saber el motivo de su visita. Faetón dudaba de su paternidad porque sus amigos se reían de él y le decían que no era el hijo de Helios, pero el Sol no sólo le aseguró que era hijo suyo y de la ninfa Climena, su madre, sino que quiso probárselo concediéndole un deseo.
Faetó
n le dijo a su padre que su deseo era hacer lo mismo que hacía él todas las mañanas, conducir su carro de fuego a través de los cielos; pero el Sol le replicó que ese era el único deseo que no podía cumplir porque ese viaje era muy peligroso para él. Faetón insistió diciéndole que si era realmente su hijo podía hacer lo mismo que hacía él.
Mientras tanto el paso de las horas hacía cada vez más urgente la decisión del Sol, ya que faltaba muy poco para que llegase la diosa Aurora para dar paso a su carro de fuego. La luna ya había desaparecido en el horizonte y las estrellas se habían apagado cuando Helios y Faetón salieron en busca del fantástico carro que brillaba en todo su esplendor.
Antes que el dios Sol tomara la decisión, Faetón saltó sobre el carro y se acomodó en él para partir. Viendo que era inútil tratar de convencerlo y mientras trataba de protegerle el rostro del calor con un ungüento mágico y le colocaba una corona con sus rayos, las diosas de las Horas le acomodaban los arneses de oro.
Helios no cesaba de hacerle recomendaciones antes de partir; debía mantenerse siempre en el medio, ni muy alto ni muy bajo y seguir el mismo rumbo cotidiano que él recorría en forma cotidiana. Le aconsejó que mantuviera firme las riendas y que no abusara del látigo y que se cuidara de los peligros que pudieran acecharlo; pero antes de que pudiera continuar Faetón partió y los alados corceles lo llevaron hacia lo alto perdiéndose en los cielos e iniciando el camino del nuevo día. Pero el carro se movía demasiado y los caballos se asustaron, corrieron más velozmente e impidieron a Faetón detenerlos; y antes que pudiera intentar nada, perdió el rumbo. Al perder la ruta cotidiana, el Sol de la corona de Faetón comenzó a calentar las constelaciones y se fue alejando cada vez más dela Tierra. Faetón entró en pánico y perdió el control abandonado las riendas de sus caballos, los que siguieron su desenfrenada carrera transitando por lugares donde nunca antes habían estado, chocando con cuerpos celestes y provocando un verdadero caos cósmico. La Tierra, la Luna y el Cielo se cubrieron de llamas ardientes y todos los habitantes del planeta trataban de salvarse del incendio. El dios Júpiter se estremeció cuando vio a la Madre Tierra agonizando y envió un rayo salvador que destrozó el carro de fuego y apagó el incendio. Faetón cayó en un río desde los cielos en llamas y las ninfas del agua rescataron su cuerpo, sepultando a quien había osado igualar al Sol.
Helios apesadumbrado por la muerte de su hijo se negó a salir con su carro de oro dejando en penumbras a la Tierra hasta que Júpiter lo convenció de volver a calentar el mundo con sus rayos. Sollozando tomó firmemente las riendas de su fabuloso carro de fuego y se lanzó hacia el cielo azul.



